miércoles, 16 de octubre de 2013

Impostura y compostura

Es verosímil lo que quiere creerse por ser su atavío correcto y su comportamiento adecuado, correcto y adecuado para el espacio-tiempo donde se esté, para la concepción y consideración interna que se tenga de ésto.

Como cuando se vende con una fotografía apetitosa la pestilencia, intoxicándose así en el deseo quien lo consume, para así consumirse, artífices y verdugos de un veneno que pinta ser feliz.

Como cuando se sigue confiando en un remedio recetado que no ayuda y sólo enferma, pero es entonces el enfermo el culpable de no poderse curar, aferrándose a lo que le hace sentirse seguro, aunque esté cada vez más endeble.

Las flores del desvarío

A veces... me siento tan enamorado, veo las plantas, siento la brisa, veo la luz del día, y estoy extremadamente contento, como si pronto fuese a ver algo, a alguien, y entonces quiero contarle todo, quiero que vea exactamente el mundo que yo puedo percibir.

A veces... me descubro con cada sentido despierto, a pesar de estar ya completamente apagado, es como si una ola me revolcara, y no me cabe tanto sentimiento, pero entonces aunque estoy lleno, y me sumerjo ebrio en una risa tonta, no puedo recordar porqué.

A veces...  me quedo atrapado en esa voluptuosidad de puntillas de las piezas de Fauré a medianoche, en esas salvajes flores danzantes de Paul Klee, en ese amparo que tienen las sonrisas francas, que nunca que veo, que sólo puedo recrear como un collage mental, con retazos de lo que he percibido, sin ya recordar en dónde.

A veces... me asombro, pues pienso que no es mío, sino algo más que está en el aire, brotando al azar sin patrón alguno, y así pues como de todo me enfermo, sin conocer el motivo, me enamoro como en un desvarío, que no busco, pero tampoco rehuyo, como si viniese solo, fuera de mí, para volverse mío.


martes, 15 de octubre de 2013

Confundiendo al extranjero

Me confundes, soy alguien más: porque eso es lo que necesitas,
Soy entonces a tí: un payaso, un sereno, un santo, un obsceno.
Me confundes, soy un antojo del lugar al que acudir requieres,
Soy entonces a tí: playa, sótano, iglesia, presidio, cielo, escuela.
Me confundes, soy una extensión de un espíritu que recuerdas,
Soy entonces a tí: miedo y espectro, abrazo de soneto perdido.
Me confundes, soy inicuo objeto que en el momento requieres,
Soy entonces a tí: un escupitajo, un tintero, un reloj dormido.

Me confundes, pues voy sin más que una austera presentación,
Voy aquí pues... con el carnet de un extraño en cualquier lado.
Me confundes, pues voy sin más identidad que mi propia canción,
Voy aquí pues... con motor de brisa que me hace rodar rápido.
Me confundes, pues tratas de buscar en el mapa mi dirección,
Voy aquí pues... como nómada sin casa fija, ni hogar conocido,
Me confundes, pues tratas de buscarme lejos estando yo aquí,
con una frenética brújula inconexa a los polos de éste mundo.

Me confundo, cuando ves tanto: todos los lugares se parecen,
Pero sé que cargan el peso de un relato y un espíritu distinto.
Me confundo, cuando parecióme ver a un extraño conocido,
Pero pregunto si era entonces algún otro extranjero eterno.
¿Alguien diferente vestido de nativo para pasar desapercibido?
Pero tal vez entonces como te confundes tú, yo me confundo,
Sólo por el deseo, en el deseo de conocer lo que yo necesito,
Confúndese entonces cada quien, extraviado en su sin sentido.

domingo, 6 de octubre de 2013

El séptimo día

Dicen que el séptimo día, quien creo ésta creación que habitamos todos los seres y todas las moléculas se acostó a descansar, más el descanso del agua no significó nunca su estancamiento... pues entonces cada cosa que había sido creada, siguió creando por sí misma.

¿Dónde está nadie?

Esa noche nadie vino a cenar. Ese día por la mañana nadie lo había visto. Estaba su casa vacía, como un cajón blanco carente de adornos, estaba el aire carente de aromas, de calor o de frío, pero tenía guardados en los bolsillos la diversidad unida como un carrete de hilo.

Nadie llegaba. De igual forma: Nadie había sido invitado.

-Yo soy al que nadie quiere -exclamó repentinamente el dueño de la casa cajón blanco- nadie vendrá, nadie.

Y entonces nadie apareció, se dió la vuelta pues sintió un ruido y se dió cuenta que nadie estaba allí, que nadie era su compañía.

Y nadie llegó y nadie se lo llevó.

Una parte siguió allí, y la otra marchóse con nadie.

viernes, 4 de octubre de 2013

Rompimiento

Rompe los ideales...
¿No ves que te dejan a merced de la tempestad?

Rompe las tradiciones...
¿No ves que arrastran tu cabeza tras la carreta?

Rompe los preceptos...
¿No ves que es inútil venerar lo que no te respeta?

Rompe la expectativa...
¿No ves que si no se cumple te romperá a tí?

Rompe los preconceptos...
¿No ves que te atan a una versión de un mundo yerto?

Rompe el pasado...
Pero no te rompas tú... Sé libre... Sé viento.


jueves, 3 de octubre de 2013

Los rostros del sufrimiento

Es que el sufrimiento si no te dá cara de santo, te dá cara de loco, y la verdad... es que a veces no le veo la diferencia.

Día y noche

El día es una promesa... una promesa de romperse el día a sí mismo... una promesa destellante que ciega.

La noche es tierra de nadie... sin explicaciones... sin tener que dar la cara al mundo... pero donde los que no tienen cara salen igual.


El fumador empedernido

O de como el cigarro mata...

Me hubiese gustado decir que me fumé el cigarro, para fumarme la vida, para pasar la mañana fría...

La verdad es que fumaba para despertarme y para dormir, para desesperezarme y para embotarme en los momentos de desgano, para inspirarme y para parar tanta inspiración, para no tener hambre y para abrirme el apetito, para salir de casa y porque ya iba llegando, para tomar fuerzas y también para retirarme.

El cigarro me besaba, oía mis quejas y me quemaba los labios, así como también los pulmones y la garganta...

La verdad es que el cigarro tuvo la última palabra, me dió mi acostumbrado beso, pero éste era un beso de despedida, fué rapido y yo no lo supe distinguir, como el que no sabe distinguir tipos de sonrisas o tipos de llanto, yo iba cruzando la calle, entonces cayó, un beso apresurado, acto seguido al piso, bajé la mirada al piso a verlo, se llevó a su enamorado que le daba vida y le consumía: al encendedor, a éste también lo ví caer, y me quedé viendo, iba a agacharme, no ví al camión, no lo oí, todo se detuvo...

Y así es como el cigarro mata.

"No fume el cigarro es nocivo para la salud" me advertían.
Pero yo le digo: vea la calle al cruzar, no deje que su amado o la caída de su amante le haga caer y llevárselo, no dé consejos no pedidos que Ud. tampoco pondría en práctica, es nocivo para la salud y para la paz mundial.


Siete cuentos cortos para un amor eterno

El alucinador

Un hombre cayó en una caja de alucinaciones, y se enamoró de la luz y la reverberancia de cada una de sus alucinaciones, de como brillaban en el espacio y se transformaban unas en otras, de como su amante se transformaba constantemente y lo transformaba a él, y a su deseo lo mantenía siempre vivo, siempre honesto, siempre atónito y extasiado deseando por más.
Entonces la luz lo vió, y lo deseó, lo deseo con su esencia que se transformaba, y la luz se lo tragó, y el hombre nunca más despertó en una tierra oscura, pues la luz se lo había comido.

Luz de sol

Las sombras bailaban por la mañana, las aves del paraíso estaban contenidas en cada rayo, se preparaban las muchachas para ir al río, los muchachos las vén de lejos, se ríen, como si vieran seres de otro mundo, de un color distinto, de un color distinto al de ellos, piensan en conquistarlas, creen que tendrán tiempo, las muchachas simplemente se bañan y se ríen con sus cánticos incomprensibles, no se dán cuenta de la hora, pero llega la tarde y se vá el sol, ellas continúan jugando allí, ellos continúan viéndolas a distancia; aunque ya cada uno se haya ido a su casa, como si de una reverberancias en aquel lugar, que luego se asienta a placidez en la memoria se tratara, todo lo que queda ahí, una risa de aquella adolescencia, que se extiende por siempre, por siempre como la energía, como la energía en la luz del sol que juega clara con las plantas y con el río.

Misterio

Mientras el cuerpo, quiere mantener ese jueguito que cuando no se acompaña de nada más y al repetirse monótamente sin cambio, cansa a la esencia; mientras que el cerebro, busca nuevas formas de mantener el contacto, es el dictador y el sirviente de las demás partes; mientras que la lengua, con su palabra aguda ó grotesca, suave y  romántica, busca atravesar e impresionar... Las almas que son las que pueden ver, almas cuando cuando se conocen y se reconocen entre sí, se escapan de los cuerpos, de las mentes, de las lenguas; las almas se fugan en el momento justo, en el segundo más álgido se desdoblan y se evaporan, dejando al cuerpo en su embriaguez, dejando al cerebro con el recuerdo, dejándonos con una copia interna, que sólo disimula al vacío en su intento de simularse a sí misma, entonces llega un alma nueva por encargo, como si todo se hubiese recuperado, pero con la sensación inequívoca de que ya no se es el mismo, mientras que el alma antigua sigue en su juego eterno y placentero por los confines del universo, sin tiempo marcado.

Veneno

La serpiente como todo aquel conocimiento que embelesa y vuelve loco, el veneno como todo aquello que sin matar aparentemente, te expulsa del paraíso, del paraíso de toda inocencia, de toda ignorancia de estar despierto, que te dá consciencia de lo que está, y así también de lo que ya no es, o conciencia, peor aún, de lo que nunca fué. Y el veneno es eterno, pues se adhiere al ADN y cada veneno es distinto, con sus propias variaciones, que atraen por un especial almizcle, por un especial canto, por una especial risa, y dejan ofuscado, y con un terrible llanto, un llanto que se extiende y comienza desde el nacimiento, a menos que se nazca dormido, inconsciente y con el veneno entre la boca, de esa cuestión que tenemos de amar lo que nos llega por los sentidos, por los símbolos internos que cada cosa tiene, por las vibraciones, por los pensamientos, por lo que sea... pero el veneno es eterno, llegas envenenado, te desatan el veneno, y ríes... ríes loco, en tu consciencia o en tu insconciencia, intensamente enamorado del concepto de un amor eterno.

Liberación y condena

Pasa, que al tiempo al que todo llega, el ser se enamora, y allí se libera de su centro todo un enredijo de substancias que le enloquecen, condenándole a sentir; también pasa que cuando se enamora, a veces se reproduce, pero lo que pasa siempre es que muere, puede morir de viejo, y puede a veces morir poéticamente de amor, pero cuando es literalmente y muere el cuerpo, ya el ser ha muerto antes, en su estallido contra la realidad, contra la gravedad, contra el piso... y así quedando doblemente liberado... desatado de tanta condena.

Pasa, que al tiempo que pasa la pena de amor, en la que el ser se resquebraja y deja ver sus entrañas y tejidos etéreos, cuando pasa ésto, cae una condena que algunos aceptan con contento, otros le reniegan, otros se esclavizan tras tras el recuerdo de lo que se liberaba, tras y son éstos, los que reniegan y se esclavizan los que quedan doblemente condenados.

Entonces el amor es un proceso constante de liberación y condena, el cual pasa entre los individuos, donde se liberan sentimientos, pociones químicas y hasta mágicas, palabras y actos, que llevan eventualmente a la condena de estar conectados a otro individuo, para luego llegar a una nueva liberación, dándose paso así a un eterno ciclo.

El redentor

Un beso empapaba al durmiente, se despertó brillando, quedó redimido de redentores falsos, se descubrió enamorado sin saber de qué, como una sensación intermitente que le redimía una y otra vez.

Oasis

El oasis es corto, porque la estadía en el oasis nunca es permanente para el viajero, excepto para sus habitantes, pero para ellos más que un oasis es su casa, agua y vegetación en la mitad del desierto, así como alguna vez el que viaja a través de la vida, encuentra en medio de tanta resequedad momentos de felicidad, esos son los que se extienden en la memoria, como el amor eterno se extiende en el espacio, con los diferentes seres que lo viven, pues así en algunos de esos seres llegue a su fin, o la muerte les corte su estadía, el oasis es eterno.

martes, 1 de octubre de 2013

Viajando sentado en el mismo sitio

- Mamá juega conmigo.
- Imagínate a alguien y juega con ese alguien.

- Mamá cómprame eso.
- Imagínate que lo tienes.

- Mamá llévame a pasear.
- Pasea con la imaginación.


Y así, en lo que puede parecer algo a primera vista cruel o quizás risible, me regalaron algo: imaginar... no por eso iba a tener alguien que jugase conmigo, ni lo que yo quería, ni tampoco lo que necesitaba, pero me regalaron un boleto con el que podía ir a donde quisiera, y como la vida me pesaba tanto, como un grillete amarrado a los pies, entonces pues, para hacerla más ligera, más llevadera, me despegue del piso con la mente, me fuí a pasear a sitios que no existían, mezclé todas las fotos de esas revistas y de esos periódico que me gustaban, en un mismo planeta, construí un mundo y entonces tenía paso libre a desplazarme cuando quisiera, por donde quisiera, con rumbo o sin éste, pero siempre viajando...

Y así, la vida en lo sucesivo, se hizo más pesada, pero la capacidad de viajar se hizo más fuerte, y aunque sentado era sólo un testigo, un tipo escondido en una bolsa de papel, comencé a dirigirlos, a ver lo que los demás no veían, comencé a adivinarles la cara, a leerles por las hendiduras por las que todos se cuelan y eventualmente se desparraman cuando ya no pueden contenerse, y muchas veces me lo veo venir, pero me callo, porque el que viaja, el espectador, el lector de todo lo que hay, el narrador del mundo, debe mantenerse en silencio, no puedes abrirles la jaula que consideran su casa... sólo puede seguir viajando.


viernes, 27 de septiembre de 2013

Los dos niños que duermen

En la calle duermen dos niños, los puedes ver, pero rara vez los ves dándote cuenta de quienes son, de dónde están, rara vez los puedes identificar, nunca los puedes atrapar, porque adoptan diversas formas, pero siempre son lo mismo.

En la calle duermen dos niños, con su vasija del mundo y la transforman en cualquier cosa, a su gusto y su pedido, y ellos se transforman en cualquier cosa...

Puede ser un niño y su bolsa-portal, portal a otro mundo; el indigente y su cartón-cobija, cobijándose de éste mundo; el borracho y su botella-elíxir, elixir diluyente a los efectos y afectos del mundo; el drogadicto y su pastilla-cerrojo, cerrojo a su propio mundo, a su mundo de quién es, a su mundo de dolor.

En la calle duermen dos niños, pero nunca los ves porque pasas rápido, así se multipliquen en mil, y los niegas, como el mundo ya los negó, y eres dos veces Judas, creyéndote mil veces Dios.

Puede ser un perro y su tesoro de cazador, yaga ritual del mundo; puede ser una canción flotando con las hojas de un periódico viejo, poesía acíbarada del mundo; puede ser el vapor de la alcantarilla, con el humo del cigarrillo, o tal vez, el humo que naturalmente sale de la boca cuando hace frío, recuerdo callejero evanescente del mundo; puede ser un loco y su desvarío, desvarío de un tiempo vacío, de todo un tiempo perdido, del conocimiento que se perdió.

Disolución y absolución.

Caída, caída estrepitosa, una vez fué una caída estrepitosa, dí mil vueltas, me caí en un agua y sentí un sabor en la boca de sangre, los dientes se me clavaron en la parte interna de los labios, pero sentí en mente como si hubiese caído sobre miel, yo quería quedarme, ¿o quería correr? no lo recuerdo, recuerdo que la sangre se me fué a las piernas, por lo que asumo que quería correr, pero me quedé igual, porque algo quería quedarse, así que me disolví, me disolví, una parte, la que se siguió moviendo fué la que corrió, pero se quedó absurda y por ende muerta, casi sobreviviendo con lo necesario, la que se fué, que fué la que en ese momento quiso quedarse, esa parte quedó viva, pero suspendida... Y como ser íntegro, aunque disuelto en el agua, permanecí flotando... a unos centímetros sobre el agua... porque sólo los bebés saben vivir en ella... los adultos tenemos que flotar sobre ella...

Caída, caída suave, te pregunté dónde estaba tu alma, me dijiste que tal vez con la mía... porque la verdad es que ya no estábamos ahí... y volví a donde caí aquella vez... y me disolví más, y mientras más disolvía, más quería decirte que lo sentía, y no sólo que lo sentía, te pedía perdón, te pedí perdón hace poco, cuando te soñé, pero tampoco me querías ver, y yo tampoco me quería ver, y seguí rodando por el río cuesta abajo, me pegué con todas las piedras, y se hizo de noche y de día, y quería decir que lo que más me entristecía era saber que si estába ahí, sentados en aquel muro, esa película que a uno le pasa en desorden bajo los párpados, porque ahí estaba cada vez que contigo estaba, por eso estaba tan triste, de saber que perdería, si actuaba: el apocalipsis; si no actuaba: mi apocalipsis... y decidí el mío... porque los apocalipsis son mi costumbre... la falta de absolución la tengo desde que nací... y el bautizo no solucionó nada, nada en mí...

Y bueno, el mundo siempre te cacha con su tridente. Siempre te cachan: porque es que hasta el diablo es bueno, te persigue y te lleva al fuego eterno; lo mismo que los ángeles cuando vencen atravesando un dragón... y luego dicen que no trabajan para el mismo... sólo que tienen distinta cara para la foto. Así que, aquel que se disuelve así: él que cayendóse e hiriéndose se conforta, y otra parte ahogándose vá flotando; él que quedándose se queda ausente, y otra parte yéndose se queda adherida; él que a voluntad elige su apocalipsis por deber a sí mismo; y aún más, es consciente de ello, es dos veces traspasado: por el diablo y por el ángel... se disocia... es doblemente castigado... pero es doblemente absuelto.

Dispara.

Se encuentran afuera en medio de la nada los dos personajes,
uno de ellos se dispone con un rifle al hombro a disparar,
está apuntando hacia arriba y tiene un ojo entrecerrado.

OJOS DE INSECTO:
¡Voy a dispararle! ¡Voy a dispararle!

EL FLACO:
¿Qué haces? ¡Para!

OJOS DE INSECTO:
¿Qué hago de qué? ¡Voy a dispararle! ¿Me oyes? ¡Voy a dispararle!

EL FLACO:
¡Si tu nunca has disparado un arma! ¿Qué haces?

OJOS DE INSECTO:
¡Ya te dije! ¡Le voy a disparar!
-Se señala a la cabeza-
Aquí yo he disparado una y mil veces, es más hasta a tí te he disparado.

EL FLACO:
¿A mí?
-Cara de tristeza y confusión-

OJOS DE INSECTO:
No, bueno, hijo no.

EL FLACO:
¿Pero por qué a mí?
-Comienza a sollozar sin lágrimas y a desesperarse-
¿A mí?

OJOS DE INSECTO:
No, bueno, hijo no. Yo sólo le quiero disparar a ese sol, y sí les he disparado muchas veces a muchos, pero no, no a tí. ¿Por qué no puedes esperar a que yo termine de hacer lo que tengo que hacer y luego lloras, vá?

EL FLACO:
Está bien. Pero rápido.

Ojos de insecto se dispone a llevarse el arma al hombro y a apuntar, pero ahora se siente culpable, se desespera.

OJOS DE INSECTO:
Hijo, pero yo también hago ésto por tí. Es que el sol no respeta. Déjame resolver ésto.

EL FLACO:
Está bien. Está bien.

Ojos de insecto apunta el rifle hacia arriba, pero igual el sol lo enceguece.

EL FLACO:
Para. Para. Pero... ¿para qué quieres hacer eso?

Ojos de insecto baja de nuevo el rifle y dirije su cara hacia El Flaco mientras habla, señala con el rifle y vá caminando hasta el flaco a medida que comienza a hablar.

OJOS DE INSECTO:
Mira. Míralo bien.

EL FLACO:
¿Qué?

OJOS DE INSECTO:
Míralo.

Ojos de insecto se acerca y señala con el rifle al sol.

OJOS DE INSECTO:
El sol. No prestas atención.

EL FLACO:
Sí, ya lo veo.

Ojos de insecto susurra.

OJOS DE INSECTO:
Míralo, el sol, se ríe de nosotros, ¿cómo se atreve? con su orgullo, su orgullo pedante, su brillo.

El flaco tiembra, se sonríe.

EL FLACO:
¿Sí?

Ojos de insecto sigue hablando así casi imperceptible, pero manteniendo la tensión.

OJOS DE INSECTO:
Se burla de tí. Se burla de mí. Se burla de todos. El día todo soleado, él no respeta nuestra tragedia. Todos los días el sol sale igual. A él no le importa nuestra catástrofe. Su burla es su indiferencia. Sigue su mismo camino. Sigue su mismo patrón. Entra y se vá cuando quiere. No respeta nuestro luto, y vá a placer burlándose, de tí, de mí, de todos.

EL FLACO:
Pero acaso ¿no hay quienes salen sólo por ser su gusto, o su necesidad o tal vez su destino?
Tal vez nosotros no tengamos que ver. Tal vez su camino sea suyo y simplemente no sea algo en contra nuestra.

OJOS DE INSECTO:
Hijo estás cayendo en la mentira. Hijo estás cayendo en su juego. Hijo... ¡Que me dejes dispararle te digo!

Forcejeo. Disparo al aire. Ojos de insecto toma el rifle de nuevo.

EL FLACO:
Dispara. Vamos dísparale al aire. Dispara.

Ojos de insecto se lleva el rifle de nuevo al hombro y enfoca. Suda de nuevo. Se seca con una sola mano. El flaco lo vé directamente. Ojos de insecto está nervioso. El flaco sigue con su mirada directa. Ojos de insecto ríe nerviosamente. El flaco vá y le quita el rifle y apunta rápido.

EL FLACO:
Muy tarde.

El flaco apunta y dispara sin dudar. El impulso lleva al flaco hacia atrás. De repente se oye un trueno y comienza a llover. El día se torna oscuro sin cesar. Ojos de insecto se lanza al piso.

OJOS DE INSECTO:
Gracias hijo. Gracias por vengarnos. Al fín ha obtenido su merecido.

Ojos de insecto está tranquilo, sonriendo sentado en el piso. El flaco está conmovido de darse cuenta que el objetivo de Ojos de insecto parece por fín tener sentido.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Desnudo

Voy desnudo y no tengo frío.
Las ropas pesadas y caústicas.
Voy desnudo y no tengo miedo.
Las dagas sobre mis costillas.

Voy desnudo y voy contento.
Las máscaras me herían las mejillas.
Voy desnudo y voy bailando.
Los grilletes me dañaban las rodillas.

Voy desnudo y no cumplo duelo.
Las plañideras están completas.
Voy desnudo y no tengo dueño.
Los amos que se besen sus botas.

Voy desnudo y voy soñando.
Las gríngolas ya están vencidas.
Voy desnudo y voy vestido.
Los días se visten de mí... y yo de mis días.




El gigante muerto

Ha muerto un gigante, y nadie lo vé, y nadie se sabe su nombre, y yo tampoco me lo sé, pero ésta historia no es mía, es de un muerto al que nadie lo llora, cuando nadie vé su hora, pero la hora si te vé.

Ha muerto un gigante, es tan grande que sólo cabe dentro de los sueños, y hay que separarlo en mil urnas, de todos los que se ván y nunca reciben tiempo de duelo.

Ha muerto un gigante, y es que los ojos no alcanzan a verlo, y se le dá por sentado, así como no se ven completas a las montañas, ni a Atlas que carga al mundo, ni a la vastitud del universo.

Ha muerto un gigante, y ni copla propia tiene, y la razón no lo contiene, ni aunque quisiera atraparlo; y se come al cielo y a la tierra aunque ya ha muerto, pues cubre más que un desierto, es el desierto del tiempo.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

El impulso roto

Éste es un impulso que nunca existió como tal, como el niño que muere antes de siquiera ser idea, y que por ende no muere entonces, pues nunca estuvo vivo.

Ésta es la historia de una bala, de una flecha envenenada, de un caballo desbocado, de una llamada a las tres de la mañana, de un vehemente beso, de un grito maniático y que no acerta a la razón... de todo eso que no nació.

Éste es un impulso, pero un impulso llamado así sólo para efectos de mayor comprensión, pero que para efectos de lo que es nunca existió.

Ésta es la historia de un concepto que nunca hubo de teñirse con su propia sangre, que nunca se le autorizó el quitar el juicio de los seres que estuvieran allí, pues se murió ahogado sin siquiera darse cuenta.

Éste era un impulso caústico a la piel humana, un impulso que se gestaba en el fondo de los volcanes, que dormía bajo la lengua de las serpientes, que succionaba la vida desde el cálamo del vestido de los gorriones.

Ésta era una historia que no tenía historia, que se alimenta de todas las desgracias que sus hermanos que si llegaron a destino hicieron, que mora en la alegría de los recién nacidos y las rojas chupetas de las colegialas.

Éste es un impulso que nace en la médula, más abajo del corazón, en la boca del estómago, pero que quema lo que vá más allá, como promesa colorida de héroe de comics para niños, de santo para desesperanzados.

Ésta es una historia más corta que la vida de una efímera, que no llega a herir a nadie, a nadie más que a sí mismo.

martes, 24 de septiembre de 2013

La historia incesante

Ésta es la historia de un hombre que vivía en un sitio sellado, donde nada tenía vida, nada respiraba excepto él.

Había pasado el apocalipsis, había pasado toda guerra, había pasado la civilización, había pasado lo salvaje, había pasado lo sublime, había pasado cada animal... hasta las cucarachas, habían pasado las plantas, había pasado el agua, la vida había pasado, la vida que es el peor apocalipsis del hombre.

Éste hombre había guardado reservas, había sellado su casa bajo el suelo, tenía reservas para el resto de su vida, agua, alimentos para el cuerpo: alimentos no perecederos, multivitamínicos y medicinas; alimentos para el alma: música y libros, éste hombre tenía todos los conocimientos necesarios y un sitio indestructible con ventanas hacia afuera que ya no se podían abrir.

Había pasado el humo, había pasado el reverberar de las explosiones, había pasado la tormenta, habían pasado los gritos, habían pasado los cuerpos, habían pasado hasta los restos de vida, sólo el recuerdo que fotografía el tiempo en su vientre, como remanente que sopla pero que ya nadie podría oir, como grabación dolorosa de lo que una vez unos hombres construyeron y luego los hijos de los mismos destruyeron.

Éste hombre se sentó cerca de la puerta, y miró a través del visor... éste hombre vió la informe nada, y recordó las balas, y tembló, y puso un disco, y bailó solo, y se lanzó en su cama, y sintió asco, asco de aún estar aquí, y se quedó pasmado en un recuerdo de los objetos allá afuera, de los tóxicos que no desaparecerían, de su prisión, y pensó en todo el dolor, y sus brazos se volvieron ganchos, para sostener lo pesado de aquel desierto, y su tronco se volvió de paja como un recuerdo que se quema rápido y no mata, y sus piernas se convirtieron en la ausencia que estaba allá afuera, la ausencia que se veía por el visor, la ausencia que danza muda.

Había entonces cambiado, y sólo quedaba su cabeza, su cabeza de hojalata aún noble en la que resonaba la música y el abandono lento, del óxido, de sal, de tiempo; pero mientras más se convertía en el afuera de oquedad y lejanía indolente, insonora e incolora, era cuando más se comenzaba a parecer a sí mismo.

Ésta vez pasaron mil años de los dioses, mil años de absoluto silencio, y cuando todo fué polvo silente, una partícula elemental se transformó entonces, y hubo vida de nuevo, un ser distinto a los que existieron antes, pues éste construyó su casa en el aire, y nunca se volvió consciente, pues nunca se miró a sí mismo, ni se comparó, simplemente fué, por lo que nunca quedó relegado a la muerte, y la vida llegó y se quedó en su casa de aire, y tras el apocalipsis y los silenciosos mil años de los dioses, hubo creación y de nuevo hubo aliento, y la inspiración se pareció a sí misma, y sólo pudo re-crearse de nuevo.

jueves, 19 de septiembre de 2013

Camaleones

He visto camaleones comiéndose pedazos de la gente.
He visto pedazos de la gente esparcidos por la calle.
He visto calles comiéndose pedazos de tiempo.
He visto pedazos de tiempo esparcidos por el olvido.
He visto el olvido comiéndose pedazos de el alma.
He visto pedazos de el alma esparcidos por las olas.
He visto olas comiéndose pedazos de los sueños.
He visto pedazos de los sueños esparcidos...
   esparcidos sobre las colas de los camaleones.

Cuídate de los camaleones, pues ellos abrirán sus bocas para devorar los pedazos de la gente, los pedazos de tiempo, los pedazos del alma, los pedazos de los sueños que reposan en sus colas, en sus cuerpos, como el cambio devora su sombra.

El libro ausente

Inauguraron una biblioteca en el pueblo. Inauguraron un sitio para el uso de la comunidad. Allí están los estantes, allí están los libros, algunos flamantes y nuevos, otros donados por gente de la misma comunidad, y al fondo, está un libro forrado al que no se le vé el nombre, una recopilación desordenada de diversos autores, de diversos poetas, poetas que ya están todos muertos, poetas que ya nadie se acuerda de quienes fueron, poetas que se duda si ellos supieron quienes eran.

Llegó una mañana ahí, lo trajo una mujer, no quería saber más de ese libro, entonces lo donó. Al libro lo compraron ya hace muchos años, lo compró un hombre y mandó a envolverlo, lo sacaron de su cuna donde dormía y le colocaron su manta de papel de regalo y un lazo, el libro iba cálido y en plástico nuevo, encima su cobija lustrosa, su lazo mal hecho.

Abrieron una puerta. Entró el hombre por la puerta. Al hombre lo recibió una mujer y él le entregó aquel niño, aquel libro niño, aquel niño libro. La mujer le quitó la manta, le rasgó la manta y el libro niño abrió los ojos. Le quitó el plástico y el niño libro lloró. Y así empezó su vida y su padecer. La mujer sonrió y lo dejó en una biblioteca. El hombre sonrió y besó a la mujer. El libro niño se quedó ahí en la biblioteca, esperando paciente, se reía, como se ríen todos los bebés, porque todos los bebés se ríen porque no saben lo que les espera.

Llegó otro día, y el libro niño siguió allí, riendo y aguardando, y llegaron más días, y la mujer y el hombre no leyeron el libro, los invitados tampoco, y llegaron meses, y la mujer y el hombre no siguieron, la mujer menos quería leer ese libro, pero es bueno tener libros para que los invitados los vean, porque es de intelectuales, porque es de almas sensibles, porque es atractivo, y llegaron años, y pasaron sin gracia alguna para el libro.

El libro niño dejó de ser niño. Pasó el tiempo. Al libro que ya no era un niño nadie lo leyó. Y se fué llenando de cicatrices, ninguna con algún recuerdo feliz, y fué cenicero en reuniones sociales, y se llenó de marcas de café, de licor, y se fué quemando, y se le enrollaron las páginas, y le arrancaron algunas para limpiar el piso, y el libro dejó de ser blanco, se fué poniendo amarillo, su barba se fué quemando, y su lomo se fué dañando... y seguía sin ser leído... y como cada vez era más feo... y se anidaban animales microscópicos en su piel de papel, no era muy agradable leerlo.

Llegó una mañana, y lo tomaron, el libro estaba ebrio, estaba perdido, pero poco le importaba, las manos de la mujer, lo llevaron a algún sitio. El libro ebrio, amarillento y con cicatrices, se duerme. Se duerme como cuando lo llevaron a aquella casa. El libro ebrio despierta y vé alrededor muchos más libros, y se dá cuenta que está en un sitio distinto, parecido a la tienda de donde salió, y oye bulla y la mujer lo suelta.

El hombre que lo recibe, busca el título y no se vé, busca al autor y no hay página que lo diga, ni fecha de impresión, ni índice. El hombre lo indexa a la base de datos por un código numérico y le coloca una etiqueta, deja al libro ebrio -que ahora más confuso que ebrio- sobre una mesa, otro hombre lo busca, y lo coloca al fondo de la biblioteca, con otros libros similares. Los libros duermen y aguardan a ser despertados.

No inauguraron nada. La verdad es que se robaron la plata. La verdad es que el libro se soñó a sí mismo en una biblioteca. El libro está tirado en un movimiento de tierra, junto a unas rocas, el libro con sus páginas faltantes, el libro no sabe donde está. El libro ni en su sueño ha podido ver aún que lo leen. El libro fué un cenicero, un posavasos, un posacopas, un aguanta puertas, un bólido para atacar, un sostén de otros libros... El libro nunca pudo ser un libro como tal, aunque siempre lo fuese, no existía como tal.

Llegó un niño, un niño pequeño de esa comunidad, donde se suponía inaugurarían la biblioteca, donde sólo hay un movimiento tierra, éste niño es un niño que no sabe leer, un niño flaco con los pies llenos de tierra, un niño extraño que es un descubridor de tesoros, y vé las rocas, y vé al libro tirado, el niño lo toma entre sus manos, el niño toma al libro al revés, y se pasea por la tinta, vé las formas, pues el no vé letras, ya que no las conoce, y se sienta en el piso y cruza las piernas, y el libro que está al revés, el libro de cabeza se siente feliz y llega al paraíso, y es un libro otra vez, y es feliz con un niño, con un niño que no sabe leer.

sábado, 3 de agosto de 2013

Cambio

Nací en tiempos de cambio, por eso es que cambio tanto, y es por ese mismo constante cambio que me mantengo fiel a mi esencia.

lunes, 15 de julio de 2013

Cántame

Cántame como las ranas:
¡cróame!
pero no te vayas...
Si te vas me esconderé,
me esconderé bajo la sábana.

Cántame como el viento:
¡susúrrame!
pero no te escapes...
Si te escapas me escaparé,
me escaparé de ésta tierra.

Cántame como los grillos:
¡chirríame!
pero no decaigas...
si decaes, apagaré las luces,
me iré a dormir.

Cántame como el fuego:
¡chisporrotea!
pero no te apagues...
si te apagas, todo cesará,
si la flama interna cesa.

Cántame como el corazón:
¡late!
pero no te detengas...
si te detienes, la sangre se secará,
nido vacío, abrojo y hierba seca.

Cántame como la ola
¡revienta!
pero no mates tu furia...
prefiero de arena ser,
a ser una roca en la nada.

domingo, 14 de julio de 2013

Hablar solo (como los locos)

¿Qué es hablar solo?

Yo hablo con gente en frente
y me siento loco.
Yo advierto que no hay nadie
y me siento tonto.
Yo hablo con el aire circundante
y acompañado quedo.
Yo hablo con la hoja fané
y un mohín siembro.
Yo hablo con materia caliente
y frío quedo.
Yo hablo con ella y con él
y ahí me arrepiento.
Yo hablo con el pensamiento fiel
y libre tiemblo.
Yo hablo con muertos sin piel
y a la vida cedo.
Yo hablo con refinados de cristal
y absurdo me veo.
Yo hablo solo estando conmigo
y desvanecido llego.
Yo hablo solo con el viento
y cabal me sostengo.
 
 

lunes, 10 de junio de 2013

El verbo que sangra, el verso que duele

El verbo que sangra,
El verso que duele,
El santo que llora,
El niño que muere,
La madre que grita,
La brisa que muele,
La calma que añora,
La luz que desciende...

El labio que corta,
El ala que teme,
El miedo que acosa,
El sueño que teje,
La fábula que aleja,
La ciudad que hiere,
La mentira que ahorca,
La farsa que protege...

El disfraz que deslumbra,
El tonto que cree,
El pordiosero que advierte,
El loco que anhela,
La mies que adormece,
La pistola que ultima,
La gente que lincha,
La inocencia que duerme.

El numen que induce,
El indulto que insulta,
El necio que quiere,
El delirio que absuelve,
La calle que enseña,
La educación que miente,
La lluvia que lava,
La herida que viene.

El diluvio de los fantasmas

Tómenme y llévenme a la eternidad,
Véanlos a todos riéndo y asústenlos,
Pequeño fantasma vén con acuidad,
Abre la ventana sin miedo y grítalos,
Recuerdo tenue baila con la soledad,
Líbrame de las risas vanas en duelos,
Inunda el vacío en abstemia ebriedad,
Al arca o me congelaré en los hielos,
Impertérrita alma: ¡aleja la crueldad!
Píntame tras los párpados los cielos,
Sol inhabitado en una ruidosa ciudad,
Prende la radio mi fantasma y óyelos:
¡Escasez total! ¡De afecto austeridad!

En medio de las masas mi destierro,
Añorando una alegría que no conocí,
Enamorado de luz, humo y misterio,
Y mis fantasmas no se vayan sin mí,
De a gotas feliz más siempre enfermo,
Corro tras el tren me persiguen aquí,
Infúndanme fuerza con aliento sincero,
Invitaciones cordiales ya les extendí,
Cierro ventanas y dinamito el techo,
Veo el cielo e impido entren jueces así,
Aparezcan y alegren al triste helecho.


martes, 4 de junio de 2013

La ciudad de las máscaras

Y de repente como en una obra de Magritte… yo no te veo a tí y tu no me ves a mí… y lo que ves: no es lo que es.

Una ciudad con todos los ciudadanos enmascarados, nadie ve a nadie y aman a las máscaras más que a nadie, confunden máscaras con almas, pues las almas ya no están de moda, nadie conoce a nadie, y todos se olvidan de quiénes son ellos mismos, pretenden ser su máscara, las cambian según con quien estén, han olvidado su rostro, su historia, han negado sus ojos, han matado su boca, han aniquilado la percepción del aroma y el saber diferenciarlo de la peste.

Los amantes se aman con sus máscaras puestas, desnudan sus cuerpos, pero sus gestos están ocultos, que al final aún están vestidos… es abismal el vacío que los separa y eso que se creen cerca, son ilusión del baile donde todos fingen, donde todos ríen cuando van llorando y lloran cuando no lloran desde adentro, todos pretenden que nada les importa para lucir tranquilos, gratos, atrayentes, pero a quién ha de atraer el actor que lleva siempre la máscara puesta, quién lee detrás de la piel, del suelo de las enseñanzas, quién ha de elevarse al cielo si cierra los ojos; aquí, en esta tierra, en esta ciudad continua de todas las ciudades, acarician al que lleva la máscara más decorada, más preciada en términos humanos, fabrican una para gustar, para disgustar, para sus fines personales, y hay algunos a los que la circunstancia les atañe una máscara muy díficil de llevar, que les va rompiendo la piel y los va enfermando por dentro, óxido y sangre que les llega a éste frasco de arena que marca el tiempo…

Una eternidad pesada, desgraciada, si se te olvida quien eres, si se te olvida por ir a ahogarte en el placer de la adulación a una máscara, a un ícono absurdo que no eres tú… Allá van, se ríe la máscara y lo que hay detrás ha dejado de reír, de sentir, de pensar, tanto tiempo oculto, tanto tiempo como un elefante amarrado, amarrado a una pequeña e insignificante estaca de pretensión. Es execrado el traidor a la ciudad, es excomulgado el apóstata de esta fiesta sin fin de las caretas, y están los que allí se quedan participando de un fingimiento colosal, ebrios en su pretexto de falso amor, de temporales pertenencias, pérdidos en la lascivia de su mismo engaño. Paredes llenas de espejos cual Palacio de Versalles, pero esos son los espejos a los que nadie quiere mirar, entonces nadie mira a los lados, y nadie quiere mirar tampoco hacia adentro, se miran unos a otros y todos se cuentan cuán hermosos son, se ríen en su chiste inmundo que realmente no sienten, y por dentro se dejan de reir.

Una ciudad de minimalismo del sentimiento, de magnificación de la emoción vana, más fácil se lidia con lo vacuo, no se ha de negar que resulta bella la tierra de la frivolidad, pero los lobos que cazan solos conocen las dos, miran los lobos, acechan los lobos con su cuerpo roto, con su hocico de cicatrices, pero con su alma tranquila, acechan pero no a su presa, sólo distinguen al ver al mundo exterior, diferencian y se reconocen, prosiguen; mientras gacelas de químera corren por esta nube de polvo que se inventan los soñantes, los amantes de un rostro cubierto, los abstraídos en esta ficción de esta aparente realidad que ya no es real, pues si de un artificio cubres tu pensamiento no puedes distinguir en qué tierra te paras.

Resignados pero sin darse cuenta deambulan los autómatas, embebidos y embobados van por esta ciudad absurda, que se tiñe de rojo en las mañanas, que está llena de ruido y alegría, de un smog interno que les nubla y niegan, socializan con desconocidos, desdicha que no sean desconocidos a los que pronto conocerán, pues así permanecerán como desconocidos, conocen sólo su máscara durante décadas, y si conociesen lo que hay detrás, lo han de negar, besan la fachada y que nadie se atreva a derribarlo, alejan al que los vé tras la máscara, es la ilusión una poesía fútil, que sea traidor a la fiesta pero no a mí.

Ahí vemos una dualidad, por un lado la ciudad llena de basura y de niños que duermen bajo los puentes, de los que se arrojan arena en la cara y andan desnudos con su piel curtida pero completa, de aquellos a quienes las ramas de los árboles y también las de la vida les han cortado su piel, ellos no usan máscaras, pero sin embargo muchos aún se ríen, en otro lado vemos la misma ciudad sobrepuesta en una exposición doble, ésta está llena de fieras y alimañas en ropas limpias, zafios en transportes bellos, que cargan libros y monopolizan la cultura como un bien preciado que no ha de ser compartido… Allí está una ciudad que dentro de un mismo marco tiene dos realidades distintas, y están tan unidas que ya no se sabe, también hay máscaras absurdas que se llevan a medias, y hay quienes en sueños y cuando están solos por fin están completos y bailan.

Una ciudad absurda en la que le quieren decir al que va con el rostro desnudo quien es.



Publicado también en: Panfleto Negro.

miércoles, 15 de mayo de 2013

El país sin papel toilette…

O crónicas desesperadas y desfragmentadas sobre éstos catorce años.
Se intercalan los hechos del país, con anécdotas y metáforas de la vida.


Voto desde que tengo edad para votar, contando desde los diecieocho, no sé ya en cuantas votaciones he sufragado, aquí se vota por todo, aunque nunca se gane, o si se gana no se reconozca, en fin, no es el tema a tratar aquí… Cabe destacar, que aunque a lo largo de éstos catorce años, no ha faltado el papel toilette, la escasez siempre hubo, como dirían en mi casa: “escasez de mente, escasez de cacúmen es lo que tiene Usted”.

Aquí ha escaseado especialmente lo bueno, al menos en lo que yo he visto, y no, no es por menospreciar lo bueno, que a todo lo bueno, le saco fotos, que le escribo poemas a cada segundo feliz, y a lo feo, puedo hasta verlo bello, me reto; pero es que aquí escasea la virtud, y si no escasea creo que los dueños la acaparan, no dejan que se les vea nunca lo bueno, esa ha sido mi experiencia en la vida, en la vida aquí, en la vida de la escasez.

Éste gobierno (o el anterior, ¿no es que era el mismo?) arribó el poder cuando yo estaba en quinto grado de primaria, yo tendría nueve o diez años, recuerdo a mi abuela toda esa navidad llorando, el día del 98′ en el que se anunciasen los resultados: se encerró en su cuarto a llorar, ¡si! “¡la guerra!” -ella decía- “¡la guerra! ¡cuántos muertos! ¿cómo votan por un golpista?” -repetía frenética en su sollozo bajito- y es que le decían: “que no es el fin de mundo ¡cálmese!”, y ella apagó las luces, mientras nos gritaba “¡váyanse, váyanse, que Ustedes no entienden!”; yo sólo miraba, con mis ojos de niño, desesperado pero tranquilo, si, vaya mezclas que se hacen cuando uno no sabe, no entiende, y lo peor: nadie le explica, la cuestión es que ella si entendía, vaya que entendía.

Esa noche no dormí, por esa época, aunque no por ese hecho, si lo pienso bien, creo que por ninguno en particular, o por todos a la vez, empezarían mis desórdenes de sueño, que hasta el día de hoy cargo, y me la pasé pensando esa noche: “¿pero por qué llorará mi abuela? si a mi no me entiende nadie, y por eso la guerra no viene”, muchacho bobo al fin, que piensa mucho, se devana la cabeza, y no se dá cuenta de nada…

En la casa los demás no le prestaban atención, yo se la prestaba, pero no sabía que decir, ella nos decía con sus aires apocalípticos: “Aquí sólo se vá a poder comer lo que haya, ya van a ver”… Y bueno, vino el paro, vino la debacle a la familia, la escasez nos golpeó, y fuimos una familia más de éste país, nada nos salvaba, pero sabíamos que nos ahogábamos todos, entonces seguíamos cantando, pero eso si volvía todo a estar fresquesito y con variedad en época electoral, hasta que la gente se acostumbró, a que cuando hubiese algo, no hubiese lo otro, y que si había todo, la plata no alcansaze, pero eso era de siempre, el pobre siempre sobrevivió, y entonces nunca se dió cuenta que las arenas movedizas de éste régimen y de la misma indiferencia alegre nos estaban sumiendo en algo peor.

Eramos burgueses, clasistas, y de paso “medio inmigrantes”, si, burgueses, una abuela que de pequeña iba con su familia religiosamente con bolsas de yute “de compra” a los mercados después que ya todos se iban, entonces ahí estaban, iban a recoger las frutas y las verduras que quedaban tiradas en el mercado después que culminaba el día, y también las que estaban en las bolsas y en los mesones, inmigrantes y clasistas somos, en el barro nos forjamos y ahora éramos el enemigo de los pobres, y de los ricos: también.

Pero bueno, escasez va, escasez viene, me tomo la escasez con tranquilidad, que haya poco no quiere decir que no haya nada, yo, aunque nunca fuí de fácil comer, montón de alergias, y montón de ideas raras sobre la comida, viví despreocupado, no podía decir que en mi vida propia, pero a la escasez siempre le busqué arreglo, siempre hubo sustituto, nunca me morí de hambre, nunca me preocupé cuando no había leche, ni cuando no había harina, ni cuando no había pollo, ni cuando no hubo café, ni cuando no había azúcar, ni cuando no había aceite, se comerá otra cosa, mi mundo estaba bien, yo seguía riéndome…

Ya por los catorce años comencé a fumar, hubo una época cuando tenía como dieciséis, en la que no había Marlboro; pero bueno, volvieron, y me seguí mintiendo, con mis varillas de cáncer encendidas, con mis tonterías, con mi desesperación que era más grande que toda la escasez del país, que todos los muertos que no lloré, que la tragedia que cundía bajo el piso, en los hospitales, en las cárceles, en los barrios, en los niños que no tienen madre, en los seres extraordinarios que llaman locos que van por la calle y son invisibles.

Se me vino el mundo encima un par de veces y yo aplasté al mundo, aunque no hizo efecto, bonos que no pagaron, más malandros en las calles, pero me acostumbré, seguí agazapándome en mi mundo absurdo, pero saltando cada vez que alguien quería dañarme mis castillos de arena.

Ya éstamos en el 2013, el año pasado me pegó y me socavó las esperanzas, la vida y el tiempo ya se me venía encima, y de paso me decían que no hay esperanza, pero no importa, sueño, sueño, corro, corro, camino, camino, y así me limpio la mente, voy viendo a los mendigos, y me reconocen ya, pero los zapatos se me están rompiendo, no hay zapato que me sirva, o mejor dicho: no hay zapato que me guste, sin colorines, sin adornos extraños, sin precios exorbitantes, pero no importa, me miento y me sigo riendo, porque consigo unos, porque ya el zapato no me daba más, y listo, no hay problema: estoy bien, estamos bien. Sigo sin darme cuenta -o sin querer darme cuenta- que es que la mentira de la felicidad tropical es la que ya no me dá más, que tengo el pie roto esperando, cómo decía uno en el metro cuando se lanzó “¿cuánto más voy a esperar?” pero yo no salto, yo canto, miro para otro lado y sigo soñando, pero abro los ojos y veo a la ciudad triste y violenta, y me doy cuenta que son mis ojos los que la ven así, porque así estoy yo, triste y violento.

Todo se ha ido poniendo peor, cada vez se compra menos, cada vez estoy antes en mi casa y por decisión propia, ¿qué pensaría de mi si me viese hoy en día, mi yo catorceañero? ese yo catorceañero que se sentía grande escapándose sin que nadie se diese cuenta, malandros van, malandros vienen, mueren muchos, secuestran a otros tantos, se los llevan, la familia los llora, pero nace un niño y se les olvida.

Ya me había acostumbrado a caminar diez kilómetros buscando remedios, pero ésto ya va más allá: el papel toilette comienza a escasear. El terror se empieza a apoderar de mi: ¿Cómo que no hay papel? Camino 5 o 6 kilómetros diarios, y no consigo papel toilette. Pero el terror comienza discreto, es el temor que me coquetea y se queda parado en una esquina, primero puedo llevarme 4 paquetes de a 4 rollos, me sigo mintiendo: estoy bien. Luego comienzo a hacer colas de más de media hora para comprarlo, pero cuando ya los tengo en la mano, asunto terminado, vuelvo al mundo de mi mente y me cuento cosas.

Y voy entrando a cada tienda, ya ni siquiera pregunto la marca que estaba habituado a comprar: “-Disculpo ¿No hay papel toilette?” ya se ríen, ya soy yo el que no se ríe… Y cada vez que voy a comprar papel toilette es peor, es que aquí hay que enrollarnos en papel toilette, porque aquí ya una purga no basta, que lo que nos inunda es mucho, que los tóxicos son demasiados, ¿quién nos limpia de todo éste daño?, de toda ésta farsa, de todo éste odio, y quién le compone y le canta a nuestros muertos su réquiem.

Llego acelerado a mi casa, el sol de las tres de la tarde y yo pegándole a la pared, y con mis cascos, hoy no tan acompasados, que no son más que mis pies, llego a mi casa, estoy nervioso, necesito caminar, recibir aire contaminado, respirar mi smog, más smog, es entonces, cuando me recuerdan “ya que quieres caminar, vé a buscar el papel toilette”. Así que salgo, corro, y trato de tener ese objetivo en mente…

Voy viendo todo con la cámara bajo mis cejas que mis ojos contienen y le mandan señal a la casa del pensamiento, ahí voy con una toma panorámica y lo capto todo, leo paredes que nunca leí, veo avisos de locales que nunca supe que existían, el mundo pasa lento, y todo es desconocido, le mando un mensaje de texto a un amigo para evadirme, para intentar restarle importancia a la escasez, a éstas calles sucias, a los perros solos y llagados, a la gente con sus malas caras; entonces: me río solo, de mi día, de mi mismo, y de como se contrapone ésta absurda carencia, que por más absurda que parezca, que por más graciosa que se oiga: se mantiene, no deja de ser, no se va porque me ría, la carencia está… Que carencias he tenido muchas, tangibles y del espíritu ¡pero ésta! ¡ésta es atroz!

Sigo caminando, en éste pueblo se me terminaron los abastos, las quincallas, las farmacias y supermercados por recorrer.

Pienso en otra cosa, mi día, mi día, mi día, si me sigo mintiendo, si me río más, si me pierdo en mi día, en las moléculas de lo bueno que capto… pero no…

No puedo evadirme…

Y es, entonces cuando…

Me persigno, rezo, extiendo mis brazos y creo de nuevo, aunque no soy creyente -que tenían razón los que me decían que en el momento donde más débil se está se vuelve a creer, y yo que me creía un tipo duro por no llorar, aunque siempre me supe bobo, que creía ser fuerte por no quebrarme, por tragarme mis rabias y mi indignación en seco, por no implorar siquiera cuando he tenido a la muerte de cerca- pero ésta vez, heme aquí, creyente soy, veo al cielo e imploro: ¡Dios mío, no me hagas ir más al baño!


Publicado también en: Panfleto Negro.

martes, 30 de abril de 2013

Semana Santa

Y yo les hablo con mis ojos de loco,
y yo les digo que al cristo lo crucifican,
y yo les grito con mi labio roto,
y yo les alerto que afuera lo fustigan.

Y subo al calvario todos los días,
y sufro con mi cruz de tierra,
y voy con mi ropa sucia y mi moral limpia,
y hablo solo por las calles con mi piel negra.

Y no soy el Jesús de mármol,
y no soy el árbol que arde,
y no soy el milagro al corrupto ojo,
y no soy heredero del cielo.

Y a mí me matan todos los días,
y no tengo herencia ni familia,
y a mí me fustigan con su miopía,
y no aparezco en libros ni profecías.

Y aquel quiere su milagro del cielo,
y aquel ruega a la piedra seca,
y aquel no vé el pecado en el suelo,
y aquel ora... mientras otros...

Con su Semana Santa en carne viva.


A Él lo tienen en la puerta

A él lo tienen en la puerta...
adentros todos rezan.
A él le dan arena...
adentro todos creen.
Él se orina y le dá más sed,
adentro arquean.
Él pasa por las casas,
adentro cierran las ventanas.
Él se rasca las costras y sangra,
adentro todos ván al cielo.
Él usa ropas viejas y regaladas,
adentro todos visten a la estatua de seda.
Él se rompe los talones, porque el zapato no le queda,
adentro todos ven señales, pero no lo ven a él.
Él está afuera con su cara fea y su piel marcada,
adentro todos piden.
Él sigue afuera ojeroso, cansado y hambriento,
adentro todos hablan de él.
Él está afuera con muchas caras...
y tú no lo ves.