jueves, 19 de septiembre de 2013

El libro ausente

Inauguraron una biblioteca en el pueblo. Inauguraron un sitio para el uso de la comunidad. Allí están los estantes, allí están los libros, algunos flamantes y nuevos, otros donados por gente de la misma comunidad, y al fondo, está un libro forrado al que no se le vé el nombre, una recopilación desordenada de diversos autores, de diversos poetas, poetas que ya están todos muertos, poetas que ya nadie se acuerda de quienes fueron, poetas que se duda si ellos supieron quienes eran.

Llegó una mañana ahí, lo trajo una mujer, no quería saber más de ese libro, entonces lo donó. Al libro lo compraron ya hace muchos años, lo compró un hombre y mandó a envolverlo, lo sacaron de su cuna donde dormía y le colocaron su manta de papel de regalo y un lazo, el libro iba cálido y en plástico nuevo, encima su cobija lustrosa, su lazo mal hecho.

Abrieron una puerta. Entró el hombre por la puerta. Al hombre lo recibió una mujer y él le entregó aquel niño, aquel libro niño, aquel niño libro. La mujer le quitó la manta, le rasgó la manta y el libro niño abrió los ojos. Le quitó el plástico y el niño libro lloró. Y así empezó su vida y su padecer. La mujer sonrió y lo dejó en una biblioteca. El hombre sonrió y besó a la mujer. El libro niño se quedó ahí en la biblioteca, esperando paciente, se reía, como se ríen todos los bebés, porque todos los bebés se ríen porque no saben lo que les espera.

Llegó otro día, y el libro niño siguió allí, riendo y aguardando, y llegaron más días, y la mujer y el hombre no leyeron el libro, los invitados tampoco, y llegaron meses, y la mujer y el hombre no siguieron, la mujer menos quería leer ese libro, pero es bueno tener libros para que los invitados los vean, porque es de intelectuales, porque es de almas sensibles, porque es atractivo, y llegaron años, y pasaron sin gracia alguna para el libro.

El libro niño dejó de ser niño. Pasó el tiempo. Al libro que ya no era un niño nadie lo leyó. Y se fué llenando de cicatrices, ninguna con algún recuerdo feliz, y fué cenicero en reuniones sociales, y se llenó de marcas de café, de licor, y se fué quemando, y se le enrollaron las páginas, y le arrancaron algunas para limpiar el piso, y el libro dejó de ser blanco, se fué poniendo amarillo, su barba se fué quemando, y su lomo se fué dañando... y seguía sin ser leído... y como cada vez era más feo... y se anidaban animales microscópicos en su piel de papel, no era muy agradable leerlo.

Llegó una mañana, y lo tomaron, el libro estaba ebrio, estaba perdido, pero poco le importaba, las manos de la mujer, lo llevaron a algún sitio. El libro ebrio, amarillento y con cicatrices, se duerme. Se duerme como cuando lo llevaron a aquella casa. El libro ebrio despierta y vé alrededor muchos más libros, y se dá cuenta que está en un sitio distinto, parecido a la tienda de donde salió, y oye bulla y la mujer lo suelta.

El hombre que lo recibe, busca el título y no se vé, busca al autor y no hay página que lo diga, ni fecha de impresión, ni índice. El hombre lo indexa a la base de datos por un código numérico y le coloca una etiqueta, deja al libro ebrio -que ahora más confuso que ebrio- sobre una mesa, otro hombre lo busca, y lo coloca al fondo de la biblioteca, con otros libros similares. Los libros duermen y aguardan a ser despertados.

No inauguraron nada. La verdad es que se robaron la plata. La verdad es que el libro se soñó a sí mismo en una biblioteca. El libro está tirado en un movimiento de tierra, junto a unas rocas, el libro con sus páginas faltantes, el libro no sabe donde está. El libro ni en su sueño ha podido ver aún que lo leen. El libro fué un cenicero, un posavasos, un posacopas, un aguanta puertas, un bólido para atacar, un sostén de otros libros... El libro nunca pudo ser un libro como tal, aunque siempre lo fuese, no existía como tal.

Llegó un niño, un niño pequeño de esa comunidad, donde se suponía inaugurarían la biblioteca, donde sólo hay un movimiento tierra, éste niño es un niño que no sabe leer, un niño flaco con los pies llenos de tierra, un niño extraño que es un descubridor de tesoros, y vé las rocas, y vé al libro tirado, el niño lo toma entre sus manos, el niño toma al libro al revés, y se pasea por la tinta, vé las formas, pues el no vé letras, ya que no las conoce, y se sienta en el piso y cruza las piernas, y el libro que está al revés, el libro de cabeza se siente feliz y llega al paraíso, y es un libro otra vez, y es feliz con un niño, con un niño que no sabe leer.

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