martes, 24 de septiembre de 2013

La historia incesante

Ésta es la historia de un hombre que vivía en un sitio sellado, donde nada tenía vida, nada respiraba excepto él.

Había pasado el apocalipsis, había pasado toda guerra, había pasado la civilización, había pasado lo salvaje, había pasado lo sublime, había pasado cada animal... hasta las cucarachas, habían pasado las plantas, había pasado el agua, la vida había pasado, la vida que es el peor apocalipsis del hombre.

Éste hombre había guardado reservas, había sellado su casa bajo el suelo, tenía reservas para el resto de su vida, agua, alimentos para el cuerpo: alimentos no perecederos, multivitamínicos y medicinas; alimentos para el alma: música y libros, éste hombre tenía todos los conocimientos necesarios y un sitio indestructible con ventanas hacia afuera que ya no se podían abrir.

Había pasado el humo, había pasado el reverberar de las explosiones, había pasado la tormenta, habían pasado los gritos, habían pasado los cuerpos, habían pasado hasta los restos de vida, sólo el recuerdo que fotografía el tiempo en su vientre, como remanente que sopla pero que ya nadie podría oir, como grabación dolorosa de lo que una vez unos hombres construyeron y luego los hijos de los mismos destruyeron.

Éste hombre se sentó cerca de la puerta, y miró a través del visor... éste hombre vió la informe nada, y recordó las balas, y tembló, y puso un disco, y bailó solo, y se lanzó en su cama, y sintió asco, asco de aún estar aquí, y se quedó pasmado en un recuerdo de los objetos allá afuera, de los tóxicos que no desaparecerían, de su prisión, y pensó en todo el dolor, y sus brazos se volvieron ganchos, para sostener lo pesado de aquel desierto, y su tronco se volvió de paja como un recuerdo que se quema rápido y no mata, y sus piernas se convirtieron en la ausencia que estaba allá afuera, la ausencia que se veía por el visor, la ausencia que danza muda.

Había entonces cambiado, y sólo quedaba su cabeza, su cabeza de hojalata aún noble en la que resonaba la música y el abandono lento, del óxido, de sal, de tiempo; pero mientras más se convertía en el afuera de oquedad y lejanía indolente, insonora e incolora, era cuando más se comenzaba a parecer a sí mismo.

Ésta vez pasaron mil años de los dioses, mil años de absoluto silencio, y cuando todo fué polvo silente, una partícula elemental se transformó entonces, y hubo vida de nuevo, un ser distinto a los que existieron antes, pues éste construyó su casa en el aire, y nunca se volvió consciente, pues nunca se miró a sí mismo, ni se comparó, simplemente fué, por lo que nunca quedó relegado a la muerte, y la vida llegó y se quedó en su casa de aire, y tras el apocalipsis y los silenciosos mil años de los dioses, hubo creación y de nuevo hubo aliento, y la inspiración se pareció a sí misma, y sólo pudo re-crearse de nuevo.

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