viernes, 27 de septiembre de 2013

Los dos niños que duermen

En la calle duermen dos niños, los puedes ver, pero rara vez los ves dándote cuenta de quienes son, de dónde están, rara vez los puedes identificar, nunca los puedes atrapar, porque adoptan diversas formas, pero siempre son lo mismo.

En la calle duermen dos niños, con su vasija del mundo y la transforman en cualquier cosa, a su gusto y su pedido, y ellos se transforman en cualquier cosa...

Puede ser un niño y su bolsa-portal, portal a otro mundo; el indigente y su cartón-cobija, cobijándose de éste mundo; el borracho y su botella-elíxir, elixir diluyente a los efectos y afectos del mundo; el drogadicto y su pastilla-cerrojo, cerrojo a su propio mundo, a su mundo de quién es, a su mundo de dolor.

En la calle duermen dos niños, pero nunca los ves porque pasas rápido, así se multipliquen en mil, y los niegas, como el mundo ya los negó, y eres dos veces Judas, creyéndote mil veces Dios.

Puede ser un perro y su tesoro de cazador, yaga ritual del mundo; puede ser una canción flotando con las hojas de un periódico viejo, poesía acíbarada del mundo; puede ser el vapor de la alcantarilla, con el humo del cigarrillo, o tal vez, el humo que naturalmente sale de la boca cuando hace frío, recuerdo callejero evanescente del mundo; puede ser un loco y su desvarío, desvarío de un tiempo vacío, de todo un tiempo perdido, del conocimiento que se perdió.

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