domingo, 30 de marzo de 2014

El fin del mundo

Vivimos en el fin del mundo desde el principio de la historia, todos siempre sentían llegaría el acabóse, y efectivamente, siempre llegaba, siempre estaba más cerca, acechando ¿cuántas veces filósofos, pensadores, historiadores, religiosos y no dejaron testimonio de ésto? incluso los demás también lo pensaban, sólo que no dejaron testimonio, no lo escribieron; pero el pensamiento era igual "el mundo llega a su fin", que a veces no parecía más que la historia de la Gallinita Trula, cuando creyó que el cielo estaba derrumbándose, porque le cayó una manzana en la cabeza y quiso entonces ir a avisarle al rey y emprendió su viaje, lo cual hace pensar que o el mundo se está acabando con tantas guerras, pestes, muertos y sufrimientos, o que el mundo que se acaba es siempre nuestro pedazo de mundo, el mundo que conocemos y para el cual nos volvemos viejos, para el cual ya no podemos adaptarnos más.

Todos los días es el fin del mundo, el fin del mundo tal como lo conocemos, porque el mundo que hoy es, tal cual, mañana ya no será, por mucho que se le parezca, y hasta en el status quo, siempre se gesta un cambio, algo que vibra diferente, algo que vendrá para cambiarlo todo aunque se le parezca, aunque se tarde, hasta el caos tiene sus patrones, y hasta en la falta de movimiento y con las cosas congeladas todo marcha más lento, pero eso también es relativo, porque es sólo la idea de que no marcha, pero el fin siempre está la vuelta de la esquina, como de igual manera podría estar una alegría, o un nuevo nacimiento.

Cada vez que se acaba un sueño, un proyecto, algo que nos daba esa idea de hilaridad, de pertenencia, de consecutividad, el mundo se acaba, porque nos separamos más de nuestra unión a él, ese reconocimiento de que aquello que une al mundo que es sólo mío vá separándose del mundo grande que es el mundo en el que cada quien tiene su mundo, nos hace conscientes, y ésto a su vez nos dá la idea de un fín, al no sabernos solos, nos declaramos fuera de control, sabernos no-solos aunque a la larga todos lo estemos.

Entonces es el temor al futuro, a lo desconocido, el temor al mañana, al mañana que llega en un segundo, o al mañana que viene después de hoy, al que viene en diez años, o al que viene en un siglo, al mañana que se muestra totalmente borroso o al mañana que bien podemos predecir, lo que nos hace declarar el fin de todo, el fin de nuestras reiteraciones que nos dán idea de continuidad y nos hacen dormir en paz, porque hay dos formas de estar en paz o ignorantes de todo y por ende tranquilos en una cama de seguridad de todo lo que no se sabe porque no se inquiere y en lo cual no hay tiempo que perder; o sabiendo que todo podría pasar, conscientes, alertas y a la vez por ésto tranquilos.

Pero así el mundo implosionase, de la misma manera que una vez nació, seguirían habiendo millones de mundos, que declararíamos perdidos aunque ellos mismos supieran donde están, es el "desde mi punto de vista" que acaba, es el cerrar los ojos temporal o eternamente al mundo externo, lo que nos hace pensar en un fin, un fin que llega... o no... depende de como lo percibamos.

Almohada

Sería bueno que por cada sueño muerto, nos regalaran una mota de algodón, porque así las iríamos lanzando a una gran funda de tela, y cuando ya tuviésemos muchos y por ende muchas motas reunidas, tal como la vida predice o que aún sin predicción se cumple, tendríamos entonces una mullida almohada donde nos acostaríamos a dormir sobre fenecidos sueños, que al dormir y soñar podríamos revivir, como en una suerte de alternativa realidad y poner a jugar y correr juntos sueños absurdos e imposibles al lado de los que eran totalmente plausibles y parecían posibles, pero en su intento de nacer murieron... y entonces así nacerían nuevos sueños, unos para correr con la misma suerte y otros que aprendan de las caídas de sus hermanos y vivan, y ahora sean sueños no despiertos, sino conscientes.

¿Te ha pasado?

Nunca te ha pasado que vás así por la calle y entonces de repente, mientras aún vás caminando, le vés allí mientras está de espalda al ángulo donde te encuentras, y entonces te alegras, porque así puedes ver con calma y detenimiento sin que te vea aún, entonces le ves los brazos, la parte posterior que la camisa de manga corta deja descubierta, ves como la camisa se le ciñe a la espalda, como si una parte estuviera fija, y otra como una vela de barco al viento, pero en un día de poca brisa, y ves la silueta serena que se hace como si el tiempo se agotara, no teniendo más resultado al que todo se detuviera... y el autobús no pasa.

Nunca te ha pasado que el aire entonces pasa lento, y los remolinos de polvo y smog van lento pasando por la luz, y entonces la mirada sigue recorriendo el cuerpo sentado en el pretil que se ha convertido en asiento, y la luz vá tranquila, y los ojos van deseosos, contentos, en una ansiedad descubridora, y ván explorando a distancia la línea del cabello y el patrón que hace con el cuello que se asoma, que a la vez contrasta con el cuello de la camisa, que funciona como un muro de contención, donde debe haber alguna maravilla, y en vez de marcar entre cielo y concreto, marca esa diferencia entre la piel y la camisa.

Nunca te ha pasado que se te olvidan los colores y luego los agregas a la memoria por suposición, y supones que la luz del sol era amarilla, pero ha podido ser de cualquier color, amarillo es sólo una suposición, porque tienes una memoria malísima para los colores porque te pierdes en la forma, y entonces quieres que nunca llegue el autobús y que se extiendan esos segundos, y dejar que tus ojos acampen en la calle en ese mismo punto y observando el mismo momento que siempre evoluciona, aunque uno esté desatento pero con algo siempre en alerta, y quieres que aún deje las manos prensadas contra ese borde donde se sienta, ese surco que se hace en la palma de la mano cuando se aguanta contra el puesto, pero el cuerpo se mantiene sereno aunque haya ese tensor en esa palanca que es el brazo y lo lleve a la mano impaciente pero sujeta, y el torso derecho pero dormido y tranquilo.

Nunca te ha pasado que entonces estás a distancia, de pie, viendo la escena desde atrás, como en esos cuadros donde hay una marina y alguien vé al mar... pero ésta vez también se está en el cuadro, al mismo nivel que está el pintor, pero ésto no es un cuadro y ésto no es una marina, ésto es una calle y casi todo es artificial, menos éste momento que se siente orgánico, real, y quien ahí está, y nadie más pasa, y si pasan tampoco los ves, porque es como cuando uno era pequeño y estaba en el parque, y uno se sentía el dueño, y a uno lo mecían, y no había nada más que la brisa, esa sensación en el estómago al subir, como de miedo pero que uno la contaba como de alegría, y no podía evitar reírse, y uno estaba seguro que no lo dejarían caer, y no había nada más, que el ver y la brisa, y el cielo y el vaivén, y ésta vez la sensación se le parece tanto, sólo que tú eres quien mece a una escena con los ojos, pero a la vez algo más te mece a tí.

Nunca te ha pasado que te alegras tanto de que ya esté ahí, que esté esperando, y uno que de casualidad vá sin rumbo, o vás con rumbo, pero igual no lo sientes, es ya por ruta aprendida, como si tus pies tuviesen una memoria muscular que se sabe el camino, y entonces que de casualidad le encontró, mientras allí ya se encontraba esperando el bus, aunque quizás puede que no vaya a ninguna parte, que sólo esté allí, como si todos los buses recorrieran todas las rutas de pasajeros, y en un mismo viaje simultáneo, fuese recogiendo a todos los pasajeros que siempre se quedan dormidos, aunque la ruta sea corta, y se despiertan en un sitio que no conocen.

Nunca te ha pasado que estás tan contento de verle, y te asaltan esas ganas de ir, abrazarle y saludarle, imaginándose ese gesto que tiene al emocionarse y posteriormente reírse, como si los ojos se abriesen como persianas para dejar pasar la luz, pero ésta vez son las ventanas de sus ojos las que dejan pasar la luz del cuarto hacia el mundo de afuera, y entonces aún mientras uno está suspendido, aunque los pies toquen el piso, el corazón se acelera, y la parte consciente y cabal de la mente aún no conecta, y el cuerpo se pone caliente como para saltar, y la sangre reburbujea, y entonces uno es un volcán poseído que gesta una explosión, aunque aún mantiene el dominio sobre sí.

Nunca te ha pasado que sabes que ya le vás a abrazar y le preguntarás como está, y se dirá alguna de esas frases acostumbradas que ya son propiamente un dicho, tal vez un ¡tiempo sin verte!, y se reirán, y dejarán pasar el autobús, o quizás uno también lo tomará para acompañarle, o le dirás para irse caminando y extender el tiempo, el tiempo que no hay, y uno vá enfervorizado queriendo ver su reacción, y el consabido toque en el hombro que se dá al saludar a alguien querido que ya no vé y quería ver, y que imprevistamente se encuentra, y toca como en un gesto que en contexto se traduce como un asombro sonriente, con quien seguro soñó hace no mucho y diremos: "tenemos una conexión, y yo que había estado acordándome de tí", y que luego rematíamos con un: "bueno... siempre me acuerdo de tí... pero ésta vez más".

Nunca te ha pasado que dás otro paso como acercándote, cuando de repente recuerdas, como cayendo en cuenta, que no le conoces, que no le has visto, y que si le has visto antes, no te conocen a tí, al menos no mientras se está despierto, y que no hay chance de presentarse, y que si sale mal no te puedes mudar de mundo, y resetearte la memoria... cosa que probablemente ya has intentado hacer antes, y entonces que el contento que guardabas se te pase y se te pierda, que la llenura que segundos atrás tenías, no sea más que un vacío que se ilusiona con estar colmado, y que el volcán de saludos, abrazos y todo ese sentimiento, no sea más que un abismo, un espacio separado y consumido hace tiempo, y que el deseo no es más que una contención de lo que pudo lo que pudo haber sido, y ahora ya es sólo un eco, una resequedad, y entonces, sólo te queda pasar de allí... y sigues.

Nunca te ha pasado que media cuadra más adelante, pero ésta vez desde la acera de enfrente, te detienes, tratando de ver su cara, aunque de lejos, tratando de retener otra vez sus gestos, de repente voltea, así como si hubiese sentido que le hubiesen llamado, pero uno no se sabe su nombre, y la boca no ha pronunciado palabra, ni ha hecho sonido, entonces se queda viendo, como tratando de buscar, de donde le llamaron, con un movimiento suave viendo alrededor, hasta que desiste como sacudiendo la cabeza casi imperceptiblemente, el autobús no pasa, pero en la distancia ya no busca nada, al menos no con los ojos.

Y entonces uno que es como un cazador perdido, como un voyeurista de momentos en slow-motion pero en tiempo standard, como un turista en las mismas calles de siempre... tiene que seguir... y sigue.

¿Te ha pasado?



A veces... los extraños

A veces, mientras se vá por la calle caminando, de repente alguien, cuando aún a cierta distancia, vé a alguien más y se emociona, así como cuando por sorpresa se vé a un amigo o a alguien de su pueblo, pero no hay tal pueblo, y alguien es un extraño, y al otro alguien que mira también lo es.

Entonces alguien cae en cuenta de ésto, y los dos extraños pasan a tener un extraño momento, donde la emoción de primera instancia se torna en un subproducto de incomodidad, donde hay que mirar hacia el piso y pasar.