jueves, 3 de octubre de 2013

Siete cuentos cortos para un amor eterno

El alucinador

Un hombre cayó en una caja de alucinaciones, y se enamoró de la luz y la reverberancia de cada una de sus alucinaciones, de como brillaban en el espacio y se transformaban unas en otras, de como su amante se transformaba constantemente y lo transformaba a él, y a su deseo lo mantenía siempre vivo, siempre honesto, siempre atónito y extasiado deseando por más.
Entonces la luz lo vió, y lo deseó, lo deseo con su esencia que se transformaba, y la luz se lo tragó, y el hombre nunca más despertó en una tierra oscura, pues la luz se lo había comido.

Luz de sol

Las sombras bailaban por la mañana, las aves del paraíso estaban contenidas en cada rayo, se preparaban las muchachas para ir al río, los muchachos las vén de lejos, se ríen, como si vieran seres de otro mundo, de un color distinto, de un color distinto al de ellos, piensan en conquistarlas, creen que tendrán tiempo, las muchachas simplemente se bañan y se ríen con sus cánticos incomprensibles, no se dán cuenta de la hora, pero llega la tarde y se vá el sol, ellas continúan jugando allí, ellos continúan viéndolas a distancia; aunque ya cada uno se haya ido a su casa, como si de una reverberancias en aquel lugar, que luego se asienta a placidez en la memoria se tratara, todo lo que queda ahí, una risa de aquella adolescencia, que se extiende por siempre, por siempre como la energía, como la energía en la luz del sol que juega clara con las plantas y con el río.

Misterio

Mientras el cuerpo, quiere mantener ese jueguito que cuando no se acompaña de nada más y al repetirse monótamente sin cambio, cansa a la esencia; mientras que el cerebro, busca nuevas formas de mantener el contacto, es el dictador y el sirviente de las demás partes; mientras que la lengua, con su palabra aguda ó grotesca, suave y  romántica, busca atravesar e impresionar... Las almas que son las que pueden ver, almas cuando cuando se conocen y se reconocen entre sí, se escapan de los cuerpos, de las mentes, de las lenguas; las almas se fugan en el momento justo, en el segundo más álgido se desdoblan y se evaporan, dejando al cuerpo en su embriaguez, dejando al cerebro con el recuerdo, dejándonos con una copia interna, que sólo disimula al vacío en su intento de simularse a sí misma, entonces llega un alma nueva por encargo, como si todo se hubiese recuperado, pero con la sensación inequívoca de que ya no se es el mismo, mientras que el alma antigua sigue en su juego eterno y placentero por los confines del universo, sin tiempo marcado.

Veneno

La serpiente como todo aquel conocimiento que embelesa y vuelve loco, el veneno como todo aquello que sin matar aparentemente, te expulsa del paraíso, del paraíso de toda inocencia, de toda ignorancia de estar despierto, que te dá consciencia de lo que está, y así también de lo que ya no es, o conciencia, peor aún, de lo que nunca fué. Y el veneno es eterno, pues se adhiere al ADN y cada veneno es distinto, con sus propias variaciones, que atraen por un especial almizcle, por un especial canto, por una especial risa, y dejan ofuscado, y con un terrible llanto, un llanto que se extiende y comienza desde el nacimiento, a menos que se nazca dormido, inconsciente y con el veneno entre la boca, de esa cuestión que tenemos de amar lo que nos llega por los sentidos, por los símbolos internos que cada cosa tiene, por las vibraciones, por los pensamientos, por lo que sea... pero el veneno es eterno, llegas envenenado, te desatan el veneno, y ríes... ríes loco, en tu consciencia o en tu insconciencia, intensamente enamorado del concepto de un amor eterno.

Liberación y condena

Pasa, que al tiempo al que todo llega, el ser se enamora, y allí se libera de su centro todo un enredijo de substancias que le enloquecen, condenándole a sentir; también pasa que cuando se enamora, a veces se reproduce, pero lo que pasa siempre es que muere, puede morir de viejo, y puede a veces morir poéticamente de amor, pero cuando es literalmente y muere el cuerpo, ya el ser ha muerto antes, en su estallido contra la realidad, contra la gravedad, contra el piso... y así quedando doblemente liberado... desatado de tanta condena.

Pasa, que al tiempo que pasa la pena de amor, en la que el ser se resquebraja y deja ver sus entrañas y tejidos etéreos, cuando pasa ésto, cae una condena que algunos aceptan con contento, otros le reniegan, otros se esclavizan tras tras el recuerdo de lo que se liberaba, tras y son éstos, los que reniegan y se esclavizan los que quedan doblemente condenados.

Entonces el amor es un proceso constante de liberación y condena, el cual pasa entre los individuos, donde se liberan sentimientos, pociones químicas y hasta mágicas, palabras y actos, que llevan eventualmente a la condena de estar conectados a otro individuo, para luego llegar a una nueva liberación, dándose paso así a un eterno ciclo.

El redentor

Un beso empapaba al durmiente, se despertó brillando, quedó redimido de redentores falsos, se descubrió enamorado sin saber de qué, como una sensación intermitente que le redimía una y otra vez.

Oasis

El oasis es corto, porque la estadía en el oasis nunca es permanente para el viajero, excepto para sus habitantes, pero para ellos más que un oasis es su casa, agua y vegetación en la mitad del desierto, así como alguna vez el que viaja a través de la vida, encuentra en medio de tanta resequedad momentos de felicidad, esos son los que se extienden en la memoria, como el amor eterno se extiende en el espacio, con los diferentes seres que lo viven, pues así en algunos de esos seres llegue a su fin, o la muerte les corte su estadía, el oasis es eterno.

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