Mi alacena está vacía, la cabeza me dá vueltas, la inspiración está dormida, la gracia está ausente.
Abro
la puerta, sin que nadie llame a ésta, pero ellos ya están allí, Van
Gogh con su botella de ajenjo bajo el brazo, Kafka con sus ojeras
interminables, Cézanne con un ramo de flores sin contorno, los invito a
pasar... Me hubiese arrepentido de no haber limpiado, pero ni me dí
cuenta de si estaba sucio.
Kafka empieza a transformarse sobre mi sillón, ¡que honor como éste hombre cambia de forma sobre la silla de mi casa! y mientras más cambia, más se parece a él mismo... Van Gogh saca unos vasos de la alacena, sirve un trago y me invita, pero sin darse cuenta, se toma lo que me ha servido segundos antes, me dibuja unos girasoles en la pared, se dirige al piano, y cuando empieza a tocarlo, con cada nota inyecta tinta a distancia a los pétalos y a las hojas, al tallo y a su centro de polen; con cada cambio rítmico les dá movimiento, los hace girar, la botella cerca del piano, a cada trago que sirve y me invita, se lo toma, acaba con la botella, pero yo sólo quiero ver a los girasoles, a la vida moviéndose y coloreándose en la pared con cada nota...
- ¿Otro trago? - me dice y me extiende el vaso vacío...
Dirijo entonces mis pasos a la cocina, veo que no hay más que botellas vacías, me asomo a la ventana de la cocina, veo a mis vecinos Man Ray y Duchamp, jugando a las charadas, jugando ajedrez con las estrellas y deconstruyendo su propia terraza, destruyéndola para crearla otra vez desde la nada... Aún no he mencionado nada, y de repente me estiran una botella de rompecabezas, es un nuevo ready made, que sólo se arma cuando se desarma, y que estando de cabezas se reconstruye...
De nuevo en el apartamento voy caminando de manos, la botella vá flotando imantada por mis pies elevados pero sin tocarlos, doy una vuelta y entonces cae en mis manos, coloco la botella en la mesa, Cezanne me asesina con su mirada pacífica, pero lo distraigo, y le hago un pincel con un mechón de mi cabello, e improviso el mango con un bastoncillo de madera.
Cézanne pinta a las vecinas de alacena vacía y caras de plácida simpleza, les dá color a una vida que él les inventa con su dimensión de color.
Kafka sobre las sillas se mueve como mantis religiosa, le ofrezco pan con miel y leche pasteurizada...
-Hay más que suficiente -le digo, mientras me mira con sus ojos gigantes.
Me asomo a la ventana de la sala y veo ventanas a otra dimensión, flotando, las estrellas que ya muertas aún llegan aquí en su brillo y tintinean en ese Eúfrates infinito de las constelaciones, estoy absorto, voy y me sirvo ostras, y al abrirlas encuentro estrellas nuevas dormidas, aún soñando... entonces me alimento de luz, mientras espero.
Huelo girasoles regados con ajenjo, veo a mis vecinos hacerse bromas y contradecirse, pintar nuevas formas en nos reímos en un lienzo invisible, me pierdo en la belleza vaga salvaje e inocente de las vecinas que pinta Cézanne, uso mis binoculares integrados a mis ojos, levanto los pies y levanto vuelo, creo a partir de lo percibido, y mi creación me vuelve a crear a mí, me recrea una y mil veces, nos reímos en nuestra taverna iluminada por espirales. No tengo miedo. Estoy lleno. Estoy satisfecho.
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