"Entre la pena y la nada elijo la pena". Las palmeras salvajes.
Por William Faulkner.
Yo había escogido la nada, nada especial, nada elegante, nada sucio, nada destruído, límpido y lo que va después del punto y final en un libro que no es saga. Me gustaba la nada, pero sólo me cobijaba con más nada. La nada era mi refugio donde yo también era nada, eramos nada juntos y a la vez nada. Me despertaba y no había reflejo, luego me daba una ducha de nada, y para comer un plato con sabor a nada, sin dolor y nada, nada más.
La nada era un vacío ideal, al que ahora le doy forma como concepto y deja pues de ser nada, que es humilde, que si le halagas deja de ser, que es vanidad, que si le acaricias llega al todo y te come. Mucho dolor y exceso de sentidos, sentidos aprendidos, pero sentidos al fin, dolor inconmesurable, hasta que la nada me coqueteó y dejé que me poseiése.
La forma era desértica, y fría, se veía a los osos polares correr sobre arenas, eran osos polares de nada, los "algos" vacuos se habían desaparecido, nada de fragmentos siquiera, el todo me era ajeno, no sentía, alguna otra vez hubiese podido decir "dulce alegría", pero es que la nada te proteje hasta el paladar, nada ya es dulce, pero al menos no es amargo, nada que calcine el alma, pues tu alma es la nada, luego que permites que la nada te conquiste y te tome, que duerma junto a ti y te vea con los ojos de la oquedad, pacíficos, desérticos y hasta de alguna forma consoladores.
Las voces que clamaban pasión, se callaban, el paso era silencioso, por fin había los "sin" habían vuelto, sentidos secos, pero tranquilos, con los paseos diarios y continuos, sin interrupciones, por espacios vacíos, cubre pero sin capas y sin brazos, por fin la calidez deja de ser necesidad, que se te seca la sangre y vas en paz, paz de nada, pero paz al fin.
La nada eterna era pacífica, pero siempre había algo que no conseguía matar, sólo dormir, tal vez por la juventud del cuerpo, pues al alma amaba a la nada, mientras ésta yacía cuando yo esculpía en márfil su silueta, su silueta de nada. Se bailaban vals de silencio, dábamos vueltas por ciudades evaporadas, apaciguaba mis pasiones, las mías y las de cualquiera que caía a sus pies, a su poder era igual un delirio, a un llanto vehemente, a un grito enérgico, a un pensamiento concupiscente... lograba acallar toda pasión, ponía calma en los labios y sentido a los padeceres.
El deseo dormido, sólo tomó una fracción de segundo, una fracción de tiempo desconocida, para despertarse y hacer volar por los aires a mi nada exquisita, exquisita en su lánguido cuerpo de la no materia, ahora la pena subyace en mí, de nuevo, una vez más, me desgarra y come de mis órganos, los vuelve a regenerar y los vuelve a devorar, la pena al menos me obliga a escribir, pero no me vale de nada, ahora me la paso recordando a mi desolada nada, a mis días esteparios sin pena, donde se danzaba en el no sonido y exquisitamente cerrábamos los ojos al todo, íbamos ciegos pero más rápidos que el mismo todo y que cualquier cosa, irrumpíamos en la rabia y quedaba deshabitada... pero aunque eterna, temporal... si hablamos de cuerpos que aún laten.
Yo ahora es cuando más quiero matar el deseo, pero el ríe, fervoroso pido, el deseo sabe que aunque lo odio, me provee placer, aunque dolor, pero sabe bien el deseo que no puede matarme, pues si uno de sus hijos me mata, volveré con mi nada, entonces pues me retiene, me retiene sintiendo con reventar su cuello de deseo, pues mi deseo se condensa en mis ganas de apuñalar su pecho fecundo en fruición y pesar.
He de acostarme a soñar con mi nada y su concepto, pero mi nada no vuelve, no pronto, pues cuando es concepto y sentir, deja de ser.
Por William Faulkner.
Yo había escogido la nada, nada especial, nada elegante, nada sucio, nada destruído, límpido y lo que va después del punto y final en un libro que no es saga. Me gustaba la nada, pero sólo me cobijaba con más nada. La nada era mi refugio donde yo también era nada, eramos nada juntos y a la vez nada. Me despertaba y no había reflejo, luego me daba una ducha de nada, y para comer un plato con sabor a nada, sin dolor y nada, nada más.
La nada era un vacío ideal, al que ahora le doy forma como concepto y deja pues de ser nada, que es humilde, que si le halagas deja de ser, que es vanidad, que si le acaricias llega al todo y te come. Mucho dolor y exceso de sentidos, sentidos aprendidos, pero sentidos al fin, dolor inconmesurable, hasta que la nada me coqueteó y dejé que me poseiése.
La forma era desértica, y fría, se veía a los osos polares correr sobre arenas, eran osos polares de nada, los "algos" vacuos se habían desaparecido, nada de fragmentos siquiera, el todo me era ajeno, no sentía, alguna otra vez hubiese podido decir "dulce alegría", pero es que la nada te proteje hasta el paladar, nada ya es dulce, pero al menos no es amargo, nada que calcine el alma, pues tu alma es la nada, luego que permites que la nada te conquiste y te tome, que duerma junto a ti y te vea con los ojos de la oquedad, pacíficos, desérticos y hasta de alguna forma consoladores.
Las voces que clamaban pasión, se callaban, el paso era silencioso, por fin había los "sin" habían vuelto, sentidos secos, pero tranquilos, con los paseos diarios y continuos, sin interrupciones, por espacios vacíos, cubre pero sin capas y sin brazos, por fin la calidez deja de ser necesidad, que se te seca la sangre y vas en paz, paz de nada, pero paz al fin.
La nada eterna era pacífica, pero siempre había algo que no conseguía matar, sólo dormir, tal vez por la juventud del cuerpo, pues al alma amaba a la nada, mientras ésta yacía cuando yo esculpía en márfil su silueta, su silueta de nada. Se bailaban vals de silencio, dábamos vueltas por ciudades evaporadas, apaciguaba mis pasiones, las mías y las de cualquiera que caía a sus pies, a su poder era igual un delirio, a un llanto vehemente, a un grito enérgico, a un pensamiento concupiscente... lograba acallar toda pasión, ponía calma en los labios y sentido a los padeceres.
El deseo dormido, sólo tomó una fracción de segundo, una fracción de tiempo desconocida, para despertarse y hacer volar por los aires a mi nada exquisita, exquisita en su lánguido cuerpo de la no materia, ahora la pena subyace en mí, de nuevo, una vez más, me desgarra y come de mis órganos, los vuelve a regenerar y los vuelve a devorar, la pena al menos me obliga a escribir, pero no me vale de nada, ahora me la paso recordando a mi desolada nada, a mis días esteparios sin pena, donde se danzaba en el no sonido y exquisitamente cerrábamos los ojos al todo, íbamos ciegos pero más rápidos que el mismo todo y que cualquier cosa, irrumpíamos en la rabia y quedaba deshabitada... pero aunque eterna, temporal... si hablamos de cuerpos que aún laten.
Yo ahora es cuando más quiero matar el deseo, pero el ríe, fervoroso pido, el deseo sabe que aunque lo odio, me provee placer, aunque dolor, pero sabe bien el deseo que no puede matarme, pues si uno de sus hijos me mata, volveré con mi nada, entonces pues me retiene, me retiene sintiendo con reventar su cuello de deseo, pues mi deseo se condensa en mis ganas de apuñalar su pecho fecundo en fruición y pesar.
He de acostarme a soñar con mi nada y su concepto, pero mi nada no vuelve, no pronto, pues cuando es concepto y sentir, deja de ser.
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